4. La
aparición
Dione camina sobre la espesa nieve que cubre las calles de
Londres y, muerta de frío, entra en una tienda llamativa a curiosear.
Hay un montón de hilillos de colores con una perla en el
extremo, colgando del techo del establecimiento. Frente a la ventanita redonda
descansa la voluminosa figura de un dios hindú, y sobre este, cuelga una
lámpara que funciona con gas, y que brilla con una tenue luz muy acogedora. La
princesa se dirige a una preciosa mesita de madera redonda que hay a la derecha
del mostrador de caoba, y se para a mirar las figuras de criaturas mágicas que
hay encima. Observa atentamente los minotauros, elfos, ninfas, serpientes de varias cabezas, magos, hadas...
Se fija en una en concreto, una que tiene el pelo rubio y los ojos azules, como
ella. Esa figurita le hace recordar su casa, sus tierras y el propósito con el que vino a Londres; por
lo que coge algo del dinero que Álex y Natalia le han prestado, y compra el
hada de porcelana. Seguidamente sale de la tienda y se frota las manos rojas
para conseguir entrar (en vano) en calor. Su camisa de seda blanca rasgada por
la parte de abajo, sus pantalones cortos muy ajustados llenos de jirones y sus
sandalias trenzadas alrededor de sus tobillos hacen difícil hacer creer que es
un hada, salvo por sus “alas de plástico”. Como no sabe qué hacer, decide
acercarse a la torre del reloj.
Cuando llega, posa sus manos heladas sobre las fachadas.
Suspira y un inexplicable calor le llena el cuerpo. No entiende por qué razón,
cada vez que pasa cerca o toca ese reloj rodeado de gente, le invade una cálida
sensación de seguridad y lo más extraño son las campanillas que tintinean en su
interior una melodía que le recuerda a la nana que le solía cantar su madre
antes de que desapareciera sin dejar rastro. Otra cosa que le rompió el
corazón. Olvida por unos momentos sus penas cuando alguien le toca la espalda.
Dione se gira y mira como si ante ella estuviera un ser
paranormal, con los ojos muy abiertos y el corazón latiéndole tan rápido que
juraría que se va a desmayar.
En frente de ella puede ver a una mujer de profundos ojos
celestes y una melena rubia que brilla de forma hermosa en el paraje nevado en
el que ella está. La figura huele a rosas frescas, y está nítida, sin embargo
cuando levanta la mano para tocarla, ve que hay aire en frente suya y
seguidamente la señora desaparece.
Álex y Natalia aparecen por allí. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Juraría que fue a la tienda hace diez minutos y esa aparción... La princesa
decide contárselo, pues cree que es lo más prudente.
-
Natalia, Álex... acabo de ver... – se le corta la
repiración y siente que incluso su corazón ha parado de palpitar. Oye una voz
masculina y afectuosa que le dice: “No, Dione. No. Sigue a tu gemela.”
-
¿Sí, Dione? – dice Natalia intrigada.
-
Nada, nada... – contesta ella decepcionada por la voz,
la aparición y las campanillas del Big Ben.
-
Bueno, ¿nos vamos? – dice Álex restándole importancia.
-
¡Claro! – dice el hada sin pensarlo.
Caminan un rato hasta una parada de autobús, y tan solo unos
minutos más tarde, una imponente figura roja aparece llamativa por la
carretera. Pasan al interior del vehículo, donde el conductor mira a la
princesa y le dice:
-
¡Dione! Por fin te he encontrado.
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