lunes, 2 de mayo de 2016

Lo más extraño en ella

Lo más extraño en ella no eran ni sus ojos, ni sus orejas, ni su nariz.
Lo más extraño en ella no era su forma de caminar (ágil, se asemejaba a la de un elegante ciervo altivo).
Lo más raro no era la manera en que miraba hacia todas partes con cara de asombro.
La cosa que más sorprendía no eran sus uñas, extrañamente deformadas, un tanto alargadas. Demasiado descuidadas para alguien de apariencia cuidada.
Lo que llamaba la atención no era su pelo largo hasta el suelo, ni sus zapatillas gastadas porque bailaba demasiado.
Ni las ampollas en su piel, que se había ganado con tanto dolor y horas de ensayo, ni eso era lo más llamativo.
No eran ni las cejas pobladas, ni los brazos delgaduchos. Tampoco las piernas pálidas y finas, largas.
A unos les dejaba sin habla su boca, porque era un tanto prominente. A lo mejor eran las mejillas afiladas, para otros. O la forma en que tocaba el piano con sus larguiruchos dedos.
Quizás cómo bailaba, con los ojos cerrados, sin mirar, casi conteniendo la respiración durante toda la danza hasta caer rendida.
Puede que fuera el reflejo de las sombras en sus pupilas, que se cerraban en banda a cualquier otro contacto visual.
O... a lo mejor... bueno, podría ser la sangre que corría por su tutú impoluto.
Los arañazos en los codos.
Los pies doblados en extraños ángulos.
O la forma en la que devoraba corazones,
mientras sonreía satisfecha,
escuchaba a Beethoven,
y volvía a abrocharse las zapatillas para bailar otra pieza.

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