domingo, 20 de marzo de 2016

Sombras de rosa

Sombras de rosa esparciéndose por su cara, y ella escapando.
Los colores resbalando de forma sutil y cuidadosa por su nuca y sus brazos.
Sus ojos destellando en mil tonalidades para mí, solo para mí.
Quise tenerla y esto fue lo que pasó.
Me robó, a mí, a mi cordura y a mi valentía. Asumió que mi oxígeno era el suyo. Se lo tragó sin miramientos.
Intenté soltarla y fue tan solo el dejarla ir lo que me provocó desear tenerla de nuevo.
Huyó.
Su cuerpo cubierto de espinas dejaba ver unas hermosas caderas que apenas eran un paseo a todos los gloriosos ríos de la vida.
Allí estaba, esperándome otra vez. Así que no cometí el mismo error.
Aquella vez tomé la iniciativa y le dije que era la cosa más bonita que había visto.
No era guerra ni tormenta, era luz. Luz que me envolvía y me llevaba y casi me mataba.
Luz oscura y soleada.
Cuando la dejé marchar no quedaban más que sombras de rosa.
Qué bonito era su rastro. Casi como ella.
Qué bonitas sus sombras de rosa, y sus ojos, sus labios y muecas. Qué bonito su rostro.

martes, 8 de marzo de 2016

La presa

El fuego era lo único que podía aportar algo de luz y calor en la estancia. Aún así, no era suficiente. Su cuerpo tiritaba terriblemente y necesitaba enseguida que alguna fuente térmica lo aliviase.
Mientras se acurrucaba como podía para aprovechar la pequeña fogata, escuchó un ruido. Prácticamente sin tiempo a reaccionar, apareció ante él la más preciosa figura que jamás hubiera podido contemplar. Era hermosiísima, de cabellos largos hasta el suelo del color de la plata y de aspecto tan suave que casi se lanzó a acariciarlo solo para ver si podía ser verdad.
Su cuerpo era un conjunto de sinuosas curvas. Hombros erguidos, postura esbelta, composición delgada. Su rostro no expresaba dulzura alguna, sin embargo. Le miraba por encima del hombro, un tanto resignada incluso, como si no hubiera decidido por ella misma estar allí.
El pobre hombre no sabía qué hacer. Se le presentaba allí una persona así (si es que podía considerarse humana), ¿y él qué podía hacer a parte de quedarse embobado sin reaccionar?
Se atrevió a acercarse un poco más y descubrió unas larguísimas pestañas que coronaban unos ojos redondos que le lanzaban una mirada sagaz e inquietante.
Se removió un poco en su sitio, no podía quedarse quieto. De pronto, y de la forma más inesperada posible, aquella aparición se acercó y comenzó a embaucarle de las maneras más maravillosas que podría conocer un hombre.
Cuando creía que iba a llegar al borde de la locura y que podría acabar borracho y perdido entre su piel y los labios que recorrían su cuerpo, se sintió desvanecer.
Perdió todo contacto y, convertido en polvo, exhalaba su último suspiro.
Se había rendido sin coraza alguna a las seducciones de un monstruo que derrochaba sensualidad y actitud por todas partes.
La criatura se limitó a salir de la cabaña, no sin apagar el fuego antes, sonriendo entre dientes y atusándose el pelo. ¿Cuál sería la siguiente presa?


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