viernes, 1 de enero de 2016

Eran efímeros

Se lo desabrochó de forma mecánica, como si lo hubiera hecho mil millones de veces. De hecho, así lo parecía. Su mandíbula indicaba confianza y naturaleza, su mirada la devoraba por segundos, su pelo estaba despeinado, pero de la forma en la que parece algo sutil, hecho a propósito. Ella tomó la iniciativa: no soportaba quedarse sin hacer nada. Le quitó la camisa también de forma ágil, él no era el único con experiencia. 
Se fundieron en uno: sintiendo punzadas de dolor por la amargura de trabajar para ello sin poder sentir el calor de un corazón. El vello de punta, una suave corriente la recorría la espalda, espalda que él saboreaba una y otra vez antes de pasar a sus pechos, los cuales trataba como si fuera el último descubrimiento artístico más famoso en el planeta: era obra de Da Vinci, de Fidias, un poema de Bécquer. 
Juntos eran tornado, pesadilla y sueño, una extraña compenetración, complicidad entre ambos, fuego, pirotecnia recién prendida. 
Ardían, bebían el aliento del otro. Era impensable que alguna vez pudieran haber estado separados, pues el deseo de volver era tan grande que cuando sucedió explotaban, se hundían y volvían a resurgir, todo al mismo tiempo, sin segundos para pensarlo ni analizar nada.

El tiempo se esfumaba y eran efímeros. 


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