Flores secas

En el verano brillaba. Se tornaba al dorado, sus pétalos acababan suaves y quemados por el sol al cabo del día.
En el otoño sus colores se suavizaban, y su tallo seguía fuerte.
En el invierno se congelaban y se tornaban al azul, las hojas se quedaban congeladas. El poco calor que llegaba de la casa más cercana era lo único que evitaba su muerte.
En primavera estaba más preciosa que en cualquier otra estación, porque sus pétalos estaban coloreados y brillantes, su tallo verde. Y no hacía más que crecer y crecer.
Y con el paso del tiempo, la pequeña florecilla no hacía más que prosperar.
Pero llegó una época en la que empezó a cambiar. Era como una rosa roja entre un campo de margaritas; destacaba, era diferente.
Intentaba cambiar. Volverse contra la lluvia para no ser regada y así poder perder el color que la caracterizaba y diferenciaba. Quería ser como los demás. Quería ser considerada una flor bonita y hermosa.
Los inviernos la machacaban. La gente la pisoteaba. Pero el sol la hacía crecer de nuevo.
No fue hasta que llegó a ser más alta que las otras flores cuando se dio cuenta de que era como tenía que ser. Incluso mejor. Más bonita. Las otras eran todas iguales.

La rosa roja es una persona. Las margaritas son los que te hacen sentir mal por ser como eres. La lluvia y el sol son tus amigos y familia. Las estaciones, los diferentes momentos del día a los que estamos sometidos. 
Por encima de todo, no renuncies a ser tú misma porque vas a brillar más que las demás. 

 Marina.