jueves, 11 de agosto de 2016

El mejor día de un astronauta

Sí, hoy desde luego ha sido un día maravilloso. Me levanté con las energías renovadas y preparada para la misión más corta e importante de mi vida: robar una estrella.
El cohete despegó sin problemas: el motor rugía, y en cuestión de segundos, volaba por el espacio.
La estrella en cuestión se llamaba "La Magna", un punto lúcido y rosa, fácilmente observable desde hacía exactamente dos meses. Su presencia era tan notable y atípica que enseguida había cautivado a científicos, astrónomos, profesores, cualquier persona a la que le gustase observar el cielo de vez en cuando, y, por supuesto, a los astronautas.
Siguiendo los comandos establecidos, encontré aquella famosa bola de luz. La labor de atraparla fue extremadamente compleja, era la primera vez que se intentaba algo así, pero bueno, para algo era el año 2060: disponíamos de maquinaria altamente cualificada y eficaz.
Cuando una capa de sudor frío empezaba a perlar mi frente, el astro entró en la cápsula y activé enseguida la nave para mi regreso a tierra.
Llegué cansada, agotada, pero el panorama que me esperaba allí abajo me lo quitó de un plumazo. Una horda de vítores, aplausos, cámaras y reconocimientos me aguardaban.
El mejor momento fue sin duda cuando llevaron la cápsula a los laboratorios y pude admirar de cerca la belleza fría y distante, casi mágica, de esa roca que había decidido brillar con más intensidad que ninguna otra, dejando tras de sí un camino de misterio y fantasía para todo el que la veía, y a mí personalmente, con la experiencia más única que he vivido.

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