Aquel ángel

La criatura, tan frágil y tan magullada como estaba, no podía ponerse en pie. Era completamente incapaz.
La densa brisa de Nueva York le golpeaba en la cara con fuerza dejando sus mejillas sonrojadas.
Podía divisar desde la azotea la inmensa ciudad, perlada de luces. Parecía que en cualquier momento la oscuridad fuese a engullirla.
- Me... rindo - musitó. Él sonrió con suficiencia, y se agachó para mirarla a los ojos.
-No puedes irte ahora- dijo señalando la luna, que les amparaba con su luz.- Pronto vendrán a buscarnos, ¿y entonces qué? ¿Tú has muerto repentinamente y yo he traicionado a todo el mundo?
- Dijiste que escaparías, que te daban igual los demás.
- Ya, antes de que nos amenazaran de muerte a los dos.
El ángel se agachó y se miró las heridas. Arrancó una pluma finísima de color blanco, respirando hondo, y comiéndose las estrellas con los ojos, la lanzó a la ciudad, y ésta cayó y cayó, voló y se perdió entre los rascacielos, esperando a ser encontrada algún día y que el recuerdo de aquel sacrificio perdurase en alguna parte de aquella metrópolis salvaje y desconocida.