Después, me sentaba en un banco a verlas. Saludaba al señor de la cafetería, que siempre me regalaba un pastelillo de fresa a cambio de que yo le contara alguna historia que había escrito, pues estaba demasiado mayor como para si quiera elegir un libro; yo sabía el tipo de cuentos que a él le gustaban.
Me despedía, y daba largos paseos. Iba hasta la playa, observaba el mar, y volvía al camino. Me gustaba mirar a las gaviotas y hacerles fotos, y también caminar por la orilla, mojándome los pies, así luego mi cuarto olía a agua salada.
Cuando el sol ya no alumbraba las páginas de mi libro, emprendía el camino de vuelta. Al llegar a casa, mi madre me decía que sacase mis zapatos a la terraza, que si no mi habitación iba a oler a la arena de la playa, pero yo no lo hacía porque me gustaba ese olor.
Cenábamos todos juntos algo delicioso y después, me metía bajo la fina sábana de mi cama, cogía el ordenador, y editaba las fotografías tomadas.
Odiaba regresar a clase, no por tener que estudiar, sino por dejar atrás la rutina. Supongo que aquellos pastelillos de fresa, y la expresión de mis historias hacia ese adorable anciano, los paseos por la playa y las cenas en la terraza, habían colmado mi verano de felicidad, más de lo que yo pensaba.
Qué rutina tan idílica, pero supongo que tanto tiempo sola haciendo eso debe aburrir... no? Pero para hacerlo un día, en plan día solitario para una misma, me mola... :)
ResponderEliminarAy Marina, me encanta *-*
ResponderEliminarUn besito,
Alba
Es una historia real? Porque me habría encantado vivir algo así :O
ResponderEliminarBesooos
Es una rutina así como de cuento, ¿no? ^^ Es como muy poética, no sé. Sería muy bonito tener un verano así, aunque claro, distinto cada día, aunque igual, creo que no me explico pero da igual :) Es muy bonito.
ResponderEliminarBesos :D