Huir

La joven, de cabello dorado como la luz del sol, y labios tan rojos como la sangre más pura, llevaba un vestido blanco con volantes y lazos.
Sus mejillas estaban rojizas debido al frío glacial que hacía en el bosque.
Cobijada por los gruesos troncos y ramas de los árboles, cuyas copas parecían rozar el cielo,que lucía de un precioso azul cobalto, se puso a pensar en sus problemas. Y en su decisión de dejarlo todo atrás.
Sus propios pensamientos la atormentaban día y noche. No dormía a gusto. Nada más levantarse tenía un nudo en la garganta y, al venir de clase, era cuando más empezaba a dar vueltas a las cosas. Y era cuando las lágrimas retenidas durante todo el día, afloraban por sus ojos azules, cristalinos como las aguas del mar.
Su pasado parecía estar pegado a ella con pegamento. No se lo quitaba de encima, era espantoso. ¿Podría tener el valor suficiente como para quitarse la vida? Ella no lo creía. Por eso decidió huir.
Y allí, tumbada sobre el lecho que le ofrecían un par de arbustos, calmada por la suave brisa que corría, y delicadamente iluminada con la luz de la luna llena, pudo respirar hondo por primera vez en años.

Marina.