—¡Nara! —la tenebrosa criatura se acercó a ella a
grandes zancadas, el semblante serio, las cejas fruncidas.
—Bast—ella contestó con dejadez. Nada le importaba
ya, o quizás eso era lo que quería aparentar.
—Te he estado buscando, niña insolente. Me
prometiste que te quedarías aquí conmigo. Me levanto esta mañana y no solo no
estás, sino que encima tengo que aguantar que mis criados se rían de mí. Dicen
que has estado intentando escapar, pero yo les digo que mi dulce Nara no haría
eso, ¿verdad que no? —Nara aguardaba con paciencia a que terminara de hablar.
—Claro que no, mi señor. Solo quería ver qué
había fuera.
—¿Fuera dónde? ¡Vaya estupidez! Tonterías de
humanos, farsas, blablabla—en esos momentos en los que Bast comenzaba a
divagar, la chica intentaba no mirarlo, pues resultaba repugnante. Su lengua
bífida se retorcía en extrañas formas, salía y regresaba a su boca, sus pezuñas
raspaban el suelo y él buscaba un espejo en el que mirarse. —¡Ay, ay, ay! Me
quiere dejar la cosa más pérfida que he tenido conmigo y encima yo, señor de
las tinieblas, estoy borracho de tristeza, ¿cómo haces eso, niña? Cualquiera
diría que eres de un intelecto superior, con esas ideas para atormentarme, ¿cómo
surgen de una cabeza tan inocente?
—Quizás porque llevo viviendo contigo un año.
Aunque prácticamente renazca cada día, supongo que he aprendido a manejar la
situación.
—¿Ves? Ahí está otra vez, esa insolencia de niña
pequeña mezclada con la reflexión de alguien mayor—Nara puso los ojos en blanco
y se sentó frente al demonio. Le cogió las manos y le miró a los ojos,
intentando que así sus palabras tuvieran más efecto. — Bast. Tú me has hecho
esto, ahora no puedes pretender que nada ha pasado, eres consciente de tu
maldad, ¿verdad?
—Claro que lo soy. Eres mi pequeña criaturita, mi
invención.
—Soy la esclava sexual de un puto demonio, no lo
conviertas en otra cosa.
—¡Nara! No sé qué significa “puto” pero lo buscaré
en el diccionario, es ahí donde buscáis las cosas, ¿no?
—Sí, es ahí. Esa no es la cuestión ahora… lo
importante es que me quiero ir y no puedo.
—¡Ajá! Entonces, sí has intentado escaparte.
—No del todo, pero, ¿qué más a da? Al fin y al
cabo, hoy podrás enterrarme viva de nuevo, abusarás de mí, y mañana no recordaré
nada. Es un bucle doloroso y al mismo tiempo, insignificante.
—Mi Nara, bonita, si yo no tengo criatura más
hermosa que tú aquí, ¿cómo podrías siquiera quejarte? ¿Y por qué has dicho esa palabrota? Acabo de buscarla. No soy un “puto”, según lo que pone aquí.
—Déjalo, Bast se pasó las manos por la melena
negra y suspiró con fuerza, cansada—es que ni siquiera puedo irme a otro lado
para no tener esta conversación porque me seguirás, ¿verdad?
—En cierto modo, sí. Ya sabes cómo soy, siempre
quiero estar junto a las cosas que son mías. Y contigo es más que eso, es puro
deseo.
—Estás enfermo. Esto en mi mundo se llama pedofilia.
Y no solo eso: esto es secuestro, envenenamiento, violación de todos los
derechos posibles… ahora estarías en la cárcel.
—¿Qué es “cárcel”? Creo que me has mencionado
esta palabra antes.
—Esto—dijo abriendo los brazos y mirando a su
alrededor—es una cárcel. La mía. No solo estoy encerrada en un cuerpo que no es
el mío, no solo me borran la memoria… ¡joder, estoy en el puto infierno con un
puto demonio! ¿¡Cómo no he perdido la cabeza todavía!? Joder, joder…—Nara sentía cómo
sus pulmones intentaban coger aire, pero la ansiedad que sufría era demasiado
para ella. Se levantó y fue a la única habitación en ese sucio páramo que
parecía “suya”. Sacó sus notas de debajo de la cama. Tenía una por cada día que
había estado viviendo allí, una con cada intento de escapar, con cada fracaso y
nueva información. Entonces llamó al demonio: —¡Bast!
—¿Sí? —apareció en su puerta en tan solo un
instante. A Nara le daban arcadas solo de pensar lo que iba a intentar hacer,
pero al menos si salía mal, al día siguiente no recordaría nada.
—Ven aquí, conmigo—dijo ella tumbada en la cama.
El demonio parecía extrañado.
—¿Quieres mantener relaciones conmigo? ¿Por tu propia decisión?
—Claro. Ya que tengo que estar aquí, al menos
debería intentar pasármelo bien, ¿no? —dejó que Bast la envolviera entre sus brazos, y sufrió
cada segundo del proceso. — Bast…
—Espera, no digas nada, date la vuelta—Nara
apretó los dientes. No tenía pensado que durara tanto.
—Bast. —Supo que aquel el momento, tenía que arriesgarse en ese instante —. Te… quiero.
—¿Cómo que me quieres?
—Siento amor puro, te quiero— la criatura se apartó
de ella, asqueado. Sus alas, rugosas y negras, comenzaron a chamuscarse. Su ira le
estaba quemando, sus labios rojos derramaban sangre.
—¿Cómo has adivinado que…?— Bast podía ser un
demonio, pero no era inteligente. Nara sonrió con suficiencia mientras se
metamorfoseaba, su pequeño cuerpo de niña se transformaba en su verdadero ser,
el de una mujer.
— Bast, diablo mío. Escribía cada día todo lo que
descubría de ti. Al parecer, anoche anoté que el amor te mata—hizo una pausa
para ver la expresión contrariada del demonio. —La próxima vez que quieras
tirarte a una niña mortal, escoge a alguien que cumpla tus requisitos, no a quien
de verdad pueda pensar. Aunque no creo que vuelvas a actuar después de esto.
Nara contempló cómo el demonio se deshacía en
llanto y gritos de terror. Tras unos segundos, el páramo quedó aún más vacío si cabía y ese amplio silencio volvió a llenarla de vida.
En un suspiro se encontró en su propia habitación
en la Tierra, entonces con su verdadero cuerpo, y ceniza besando toda su piel.